Cuéntase de boca en boca, de tiempo en tiempo, que hace larguísimos años, que la mano franciscana levantó sobre una breve colina que mira al sur de la ciudad zacateca, y cuya falda baña el río de San Pedro, la primera iglesia para el culto cristiano y de la cual no quedan más que los derruidos paredones que sirven de recuerdo para los moradores y de admiración de los turistas.
Síguese diciendo que estaba ordenado todo para la bendición del templo que sería el 29 de junio, exaltación del apóstol San Pedro, como a las 12 de la noche, oyóse un ruido ensordecedor parecido al de una lluvia torrencial, y al mismo tiempo, los millares de genios que habitaban aquellos contornos de la iglesia nueva, desprendiéronse pujantemente las naves, el Altar Mayor y la torre y premeditadamente la campana que debería decir el mensaje de aleluya de los moradores de aquella fiesta tan esperada, habiendo rodado la campana hasta las aguas del río cercano.
Y desde aquella época tan aciaga para el pueblo zacateco, la sonora campana vive en un país de encantamiento próximo a la quimera. pero año con año, el día de San Pedro, a la media noche, se escuchan lúgubres acentos, invitando a los fascinados moradores a la oración que se debió de decir en los días de misterio del ayer.
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