A mediados del año de 1700, Zacatlán era poco menos que un mísero poblado de la serranía, asiento de unos pocos españoles y de indios explotados y humillados hasta la saciedad.
El Zacatlán de aquella época la constituían las casas de los principales señores y en torno de ellas, las miserables casas de los indígenas.
Por el norte del pequeño villorrio se alzaba en un inmenso bosque la famosa colina de san Sebastián, que con el correr del tiempo se llamó el barrio de Ayehualulco, y que actualmente es conocido como de Altica.
Por el poniente se alzaba el barrio del Ixtle, en donde se encontraba un camino real. Por el oriente se encontraba el barrio de Santa Julia, y por el sur el barrio de Poxtla, donde había otro camino real que hoy lleva el nombre del ilustre periodista Daniel Cabrera.
Así estaba conformada la fisonomía de aquel viejo y muy antiguo Zacatlán de nuestros mayores, donde se guardan los recuerdos y donde relucen con extraordinaria luminosidad las leyendas de fantásticas ensoñaciones.
Así era aquel Zacatlán de pasadas y olvidadas glorias.
Pues bien, en donde el tiempo trata de olvidar los recuerdos surge la leyenda de El Lobo, historia ancestral que como hemos dicho, tiene sus inicios en el siglo XVII, sucediendo los acontecimientos de la siguiente forma:
En el viejo barrio de Poxtla, donde hoy se levanta el centro de salud y un camino de terracería que sigue hacia la barranca para bordearla y seguir toda su orilla hasta el panteón municipal, desde este camino hacia la salida a Puebla con toda la carretera federal, era bosque impenetrable y siniestra guarida de terribles fieras, que eran el azote de los vecinos de los alrededores.
Había pues, entre tanta bestia indomable, un lobo temido y odiado por su ferocidad, por su sanguinaria sed de sangre, que parecía disfrutar en cada nueva acometida en que tenía asolada la región.
Para acabar con tan feroz animal, hubo un hombre valiente que se decidió a exterminar con tan terrible peligro constante, el tiempo ha olvidado su nombre, armándose hasta los dientes de los medios más indispensables para llevar a feliz término la cacería que se había alzado a propósito.
Se dirigió a este bosque de misterios inexistentes para buscar la guarida del lobo y matarlo y dejara de ser la amenaza de siempre, pero el indomable animal parecía presentir el peligro que le acechaba y permanecía oculto durante el resto del día.
Aún después de ocultarse el sol, el cazador ocasional seguía pertinaz tras la pista del lobo, la obscuridad reinaba ya por todo el lugar, al fin, percibió levísimos ruidos entre la tupida borusca, nuestro personaje pudo captar claramente, centelleantes, como ascuas de fuego que le acechaban en todos sus movimientos, un par de ojos malignos a punto de estallar en todo su furor.
Un instante después, el cazador sintió un gran peso que lo derribara estrepitosamente rodando por el suelo por tan sorpresivo y contundente ataque y que sin duda, pensó, eran del lobo odiado, apenas si tuvo tiempo de sacar su puñal, entablándose enseguida entre los dos poderosos contendientes una feroz, ceñuda e insensible lucha a muerte. El lobo desgarraba a cada tarascada las carnes del cazador, provocándole con esto, profundas heridas mortales. este, en su instinto de conservar indemne la vida, manejaba su puñal con gran destreza.
Hubo un momento de silencio en toda la profundidad del bosque, después, pasado un instante, el bosque volvió a recobrar su vida habitual nocturna.
Al día siguiente encontraron el cuerpo del lobo y del cazador trenzados en un fuerte abrazo de muerte, y las facciones descompuestas, en un rictus de suprema furia que quedó grabado en el rostro de ambos. El cuadro era terrible e impresionante, que llenó de pavor y de admiración aquel hecho formidable.
Para conmemorar tan digno suceso se mandó levantar una estela donde se consignaran los hechos acaecidos, en esta estela se hizo un grabado en donde aprecia el lobo y el cazador abrazados en una lucha sin fin, y abajo la consignación de la leyenda de tan funesto suceso y que daba la explicación al levantamiento de la lápida.
Los años por consiguiente, pasaron incesantemente y los muchos hechos que sucedieron despeñes en el transcurso de la historia de la región, terminaron por borrar toda huella de la leyenda de aquella estela que se levantara para honrar la gran hazaña que llevó a cabo un hombre decidido, valiente y de arrojo inusitado que acabara de una vez para siempre, a costa de su propia vida con la amenaza del lobo.
Leyenda contada por el Sr. Emilio Morales